Fragmentos II


        
(Del Libro Nuestros Hijos Reflexiones de una mamá adoptante)
   
            En la actualidad, por distintas circunstancias, casi todas las adopciones que se concretan en nuestro país, son de chicos que ya no son bebés, casos en los que la situación de las criaturas se define más tardíamente –chiquitos de cuatro años o más- y a veces con mucho dolor, después de haber estado institucionalizados, o de haber vivido experiencias difíciles con su grupo de origen.

Esto también produce modificaciones en la realidad de las familias adoptantes, y representa una mayor exigencia para los que asumen el desafío de la paternidad. Indudablemente requiere de nosotros prepararnos, aprender y conocer del tema todo lo posible, para ser mejores padres para nuestros hijos. Sepamos que aunque tengamos infinito amor para dar, éste por sí sólo no cura, ni nos asegura que podamos responder adecuadamente ante algunas situaciones. Cuando hay sufrimiento o experiencias dolorosas, es necesaria la ayuda terapéutica. Personalmente creo que un ámbito terapéutico ayuda siempre, aunque no nos enfrentemos a un problema demasiado complejo, ya que entenderemos mejor al otro y nos conoceremos un poco más a nosotros mismos.
 
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            Siempre he escuchado hablar de la necesidad de prevenir los abandonos, usando la palabra “prevenir” como sinónimo de evitar, como si estos términos significaran lo mismo. Pero son diferentes. La prevención es fundamental, pero ¿qué sentido tiene evitar un abandono cuando la madre o la familia quiere  desprenderse del hijo, que será seguramente objeto de castigos o descuido y desinterés, por una madre que fue presionada para conservarlo consigo? ¿Qué tiene esto de positivo para el futuro del chico? Es injusto y cruel desconocer la realidad del maltrato que sufren tantos pequeños de parte de sus padres, cuando su salud y su derecho a ser amados -con todo lo que ello significa- deberían estar por encima de todo.

            Muchas veces he escuchado a funcionarios con una postura absolutamente contraria a las adopciones, asegurar que “no quieren más abandonos”  y me he preguntado a menudo qué quieren significar exactamente al decirlo, porque abandonos hubo siempre, a lo largo de toda la historia del ser humano. ¿Es acaso sólo una expresión de deseos? Si es así, de parte de un funcionario que debe tomar medidas concretas para mejorar la situación de los chicos, no sería una actitud coherente ni seria.  Ellos suponen al abandono una consecuencia directa y exclusiva de una situación de pobreza. Pero siempre hubo abandonos, los hay y los habrá, porque estos hechos reflejan una parte de la diversidad de sentimientos humanos.A quien no quiere ser madre, nadie puede obligarla a serlo.

             Y me pregunto nuevamente porqué hay tanta dificultad en comprender que engendrar un hijo no es sinónimo de quererlo ni de sentirse madre. Y de la misma forma, que se puede amar sin límites al hijo salido de otras entrañas, de otra sangre, de otro semen...

            ¿Qué pasará con ellos, si desde la legislación y las instituciones, la sociedad pone por encima de todo valor los lazos de la sangre? ¿No existe entre nosotros conciencia de la cantidad de chiquitos que son habitualmente golpeados, o sufren todo tipo de agresiones de parte de sus padres? ¿No sabemos acaso de las diferentes formas de maltrato físico y mental que muchos ejercen sobre sus hijos?

            Y si hablamos de los derechos de los chicos ¿debemos poner el acento en la defensa de los lazos de sangre, como si el permanecer con el grupo de origen en cualquier circunstancia fuera el principal derecho del niño? ¿O debemos ponerlo en la obligación que tiene la sociedad de posibilitarle crecer en una familia que lo quiera y proteja, sea ésta biológica o adoptiva?


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             Muchas veces, en nuestra relación con los demás, tenemos el sentimiento de que nosotros estamos de un lado y del otro están los otros. Y esto ocurre cuando somos o tenemos algo distinto de ellos. Y algunas veces... ¡qué agotador resulta explicar lo que es distinto si no hay una apertura de parte de los otros para escuchar y entender! Pero sería bueno que comprendiéramos que si primero nos aceptamos tal como somos, seguramente podremos lograr después, una mayor aceptación de la sociedad, no sólo hacia nosotros en particular, sino hacia lo considerado diferente.

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            Nosotros, los que sabemos de largas frustraciones esperando el embarazo que no llega, los que pasamos horas en consultorios soportando duras pruebas, análisis o tratamientos, los que un buen día sentimos que queríamos tener un hijo en brazos sin importarnos el que hubiera salido de otra panza, ya que era más fuerte el deseo de acunarlo que el deseo de que fuera fruto de nuestra semilla.
            Y también nosotros, los que aun teniendo ya hijos biológicos entendimos que nuestra capacidad de amar no pasaba sólo por la propia sangre...

            Todos los que supimos, intuyéndolo, que podíamos amar a un niño sin reservas, tanto como él nos llegaría a amar, y tuvimos la certeza de poder hacerlo feliz de la misma manera en que él nos haría felices a nosotros... En fin, los que comprendimos que adoptar es simplemente una forma distinta de llegar a ser papás, pero pensamos al mismo tiempo que sólo fundándolo en el respeto, este vínculo de amor podría desarrollarse plenamente, queremos reivindicar la adopción con todo lo que significa para nosotros: la fuerza de los  lazos del afecto,  la necesidad  del respeto por  el otro,  el derecho que todos tenemos a la verdad. La posibilidad para tantos chicos de crecer en una familia que los quiera, como la de tantos adultos, de crecer, siendo papás.

Susana Dulcich
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