Se
dice de nosotros…
Al
leer con mucha frecuencia comentarios que reflejan una mirada acerca de la
adopción que realmente no comparto, entiendo que no es fácil, en un tema que
moviliza tantos sentimientos, reflexionar y provocar la reflexión en otros, y al
mismo tiempo no incomodar o molestar con eso que uno dice. Obviamente cada cual
tiene sus razones, su criterio, su visión de las cosas. Pero me parece que la
obligación de quienes estamos tan comprometidos con el tema, es seguir dando
nuestros puntos de vista, seguir intentando poner claridad en los conceptos.
Se
insiste con frases como “Hay hijos que no nacieron en el vientre, sino en el
corazón de sus madres”, o con “soy agradecido, soy adoptado”, o con “recuerda
que ellos (tus padres adoptivos) son personas muy especiales”...
Pero
vamos, los millones de niños que son amados y deseados y paridos por sus
madres, ¿no nacieron acaso en su corazón? ¿Creemos realmente que las madres
adoptantes que amamos y cuidamos a nuestros hijos somos por excelencia y definición
“paridoras” desde el corazón y las madres a través del vínculo biológico no lo
son?
TODOS
LOS NIÑOS AMADOS POR SUS MADRES SON NIÑOS NACIDOS EN EL CORAZÓN DE ESTAS, así,
con mayúsculas.
¿Creemos
también que todos los padres que lo son por vínculo adoptivo, aman y cuidan y
respetan a sus hijos? No, no es así. Hay padres que honran esa palabra y ese
vínculo y otros que no, entre adoptivos y biológicos. Adoptar un hijo no define
de por sí que vamos a cumplir bien nuestro rol de padres. Hay mejores y peores
padres entre quienes adoptan, como entre quienes engendran a sus hijos.
Tenemos
que poner claridad en las palabras y no simplemente suponer que por usarlas
para demostrar nuestro afecto y cariño carece de importancia nombrar las cosas
de una manera o de otra, porque SÍ es importante, SÍ las palabras conllevan
significado, SÍ tienen carga emocional, e ideas.
Al
insistir en que “los papas adoptantes son seres muy especiales” abonando esta
idea tan insalubre para las relaciones familiares que plantea “nuestro gran
corazón”, “nuestra abnegación”, “nuestra bondad”, estamos echando sobre las
espaldas de nuestros hijos una carga de deudas emocionales que no ayudan en
nada a la salud familiar.
Cualquier
hijo que se sienta amado y respetado por sus padres, crecerá probablemente con
las mejores posibilidades de desarrollarse en plenitud. No necesita ser
convencido de que sus padres son especialmente maravillosos.
Seguramente
cada hijo sabe qué cosas buenas recibió de sus padres y también qué cosas
hicieron erróneamente pero con las mejores intenciones. Al igual que sabe si no
lo respetaron, si lo hicieron vivir en el desamor, si nunca se sintió objeto de
su atención y cariño.
Y en
cuanto a ser personas “especiales”, cada persona es especial a su manera.
Indudablemente hay características personales o de formas de pensar y de
relacionarnos con los demás que nos hacen tener comportamientos más o menos
generosos, más o menos solidarios, más o menos respetuosos de los demás, más o
menos cariñosos, más o menos cálidos, más o menos egoístas, rígidos,
prejuiciosos y muchísimas otras cosas. Es especial quien enfrenta los escollos
que la vida pone en su camino y trata de superarlos, tanto como quien se dedica
a hacer algo hermoso con sus manos, o a cuidar a los demás, o a cuidar la
naturaleza, o a buscar la cura de una enfermedad, o a imaginar una historia.
Tanto como es especial quien crea una bella sucesión de sonidos, y quien pone
dedicación y cariño en algo que hace. Todas las personas somos ejemplo de algo
“especial” que desarrollamos mientras vivimos nuestras vidas.
Pero
insisto en que esa visión de que los adoptantes somos especiales “porque
adoptamos” además de ponernos en un pedestal absolutamente inadecuado, inscribe
en la mente y el corazón de nuestros hijos una supuesta deuda, que ningún hijo
merece tener.
Es
bueno que un hijo sienta amor, respeto, alegría y reconocimiento por todo lo
que sus padres le brindaron. Pero el hijo que nos vea como salvadores y no
simplemente como padres, con virtudes y errores, con aciertos y fallas,
seguramente llevará sobre sí un peso emocional que no contribuirá a su
desarrollo sano y feliz.
Susana
Dulcich
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